Cloe se ríe mientras me acerca la bocina de un teléfono verde chillón al oído, la tomo entre mis dedos y pretendo muy seriamente estar atento al otro lado.
"Es Mickey?" pregunto, buscando la complicidad infantíl en su mirada que asiente, inmediatamente me incorporo con seriedad, no todos los días uno habla con celebridades.
Tengo una amistosa charla con el simpático ratón hasta que Cloe aleja el teléfono de mi oído intentando escuchar y se ríe nuevamente cuando le hago cosquillas por chusma.
Cloe juega hasta el cansancio haciendo intervalos ocasionales para mirar la televisión de fondo que proyecta repeticiones de series infantiles, por momentos se abstrae tanto que aparta mis manos sin mirarme mientras apreto sus cachetes con el fin de perturbar su concentración.
A veces es difícil distinguir quien de los dos es más aniñado, olvido con frecuencia que a su edad la línea entre lo real y lo ficticio no es tan comprensible y entre juegos y discusiones de mentira se angustia y llora o se enoja y grita. Amablemente mi hermana me recuerda esa delgada línea que me avergüenzo de haberla hecho cruzar, pienso en la inocencia de los niños y por un instante me pregunto cuántos carecen de un entorno que los ayude a discernir, cuanto dolor se habría ahorrado el mundo si nadie abusara de ese regalo divino.
En la cena Cloe come con énfasis reponiendo toda la energía que francamente parece no agotarse nunca hasta que lo hace y en estos momentos, entre bocado y bocado, sus ojos empiezan a ceder con algún que otro cabeceo ocasional que pretende negar incorporándose inmediatamente y riendose al ritmo que contesta que no está cansada. Los niños nunca admiten el cansancio, no como los adultos que eternamente hablan de sus merecidos descansos, no. Los niños niegan el cansanscio porque hay miles de aventuras nuevas que los esperan y tanto por descubrir que no pueden permitirse el lujo de una siesta y su frustración los hace romper en llanto, como ahora mismo que entre llágrimas y bostezos Cloe cae rendida en los hombros de su padre y me saluda con una mano pesada mientras suben la escalera hacia su dormitorio.
Pienso en Cloe con su cara apasible, su estómago lleno, sus pies calentitos, arropada en una cama mullida rodeada del amor de su familia y me pregunto si su vida siempre será así.
Ojalá, deseo que su suerte permanezca intacta y encuentre amor a donde vaya, con quien vaya y siga dando todo ese amor que parece demasiado para entrar en esa ternura de persona. Me pregunto si alguna vez fuí igual, quedan lejos los recuerdos de la infancia y hace tiempo no pregunto sobre mi pasado a nadie que pueda responderme.
No escapa a mi conocimiento la cruda realidad, no puedo evitar pensar en todos esos niños que no están durmiendo cómodamente, que no están siendo amados, que no llegarán siquiera a su adolescencia y mientras lavo mi cara evito mirarme en el espejo a cuyo reflejo no puedo contestarle una simple pregunta que ya es tarde para pretender ignorar ¿Qué estás haciendo vos para que todos esos niños tengan un futuro mejor? Siento el peso de mi existencia por primera vez en años y soy consciente de que todas mis acciones tienen consecuencias, incluso aquellas que no cometo.
Hoy hice reir a Cloe, hoy la amé como cada día desde su nacimiento, hoy su vida es un poco más alegre, o al menos eso pienso, es mi consuelo, es un principio.
Hoy Cloe rió y ahora, Cloe duerme.
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