viernes, 14 de enero de 2022

Mala Gala

 Mala Gala

La alarma del celular vibraba con violencia desde la cómoda de madera al costado de la cama al ritmo de una canción de rock de los ochenta.
Era la quinta vez que sonaba esa mañana y con un fastidio infantíl decidió levantarse propinando insultos al sofocante aire del verano.
Optó por un baño de inmersión como excusa para recostarse unos minutos de más y encendió el televisor en el comedor para cortar el silencio insoportable que solo interrumpía el crujido de las tostadas en el interior de su boca.
La voz sensual de la presentadora del noticiero matutino llegó antes que la imágen, sentada en un escritorio tres veces el largo de su mesa informaba un corte de calles por alguna protesta que no logró retener su interés en lo absoluto a diferencia de la perfecta simetría de su rostro, la estilizada comisura de sus labios y sus ojos delineados como un gato egipcio digno de adoración divina.
Tragó el resto de su desayuno desnudo y se apresuró al vasto placard que ocupaba una pared entera de su habitación. Las paredes grisáceas se transformaron en sólidas placas de metal plateado brillante ante la luz del sol y el espejo de pie en el interior del placard reveló unas pocas migas descansando en sus genitales que la alfombra se tragó con gusto.
Posó para si mismo sintiendo la firmeza sus abdominales con las manos, imitó al David de Miguel Angel agradecido de que su escultor había sido más generoso con la distribución del mármol, se vistió con ropa deportiva y preparó un traje de vestir ligero a los pies de la cama de dos plazas para su regreso.
El asfalto infernal distorsionaba la vista a lo lejos como una hornalla de cocina que alguien había olvidado cerrar, en su largo trote hacia el gimnasio esquivó unos pocos transeúntes a pie en comparación a la inmensa cantidad de conductores encerrados como sardinas enlatadas en automóviles crujiendo bajo el peso del verano. Las bocinas furiosas se hacían audibles por encima de la música rugiendo en sus auriculares inalámbricos de última generación, pasó de trotar a correr para salir de lo insoportable que le parecían los rostros deformados por la ira y el clima que en su mayoría provenían de vehículos antiguos o de baja gama.
El aire acondicionado del gimnasio trajo consigo la misma calma que experimentan los marinos al pisar tierra firme luego de un extenso periodo en altamar. Sabrina le sonrió desde la recepción como una alumna modelo recibiendo a su profesor favorito, intentó devolverle la sonrisa sin fijar la mirada en el desagradable lunar en su mentón y retomó el aliento caminando lentamente hacia las bicicletas fijas en el fondo del largo túnel espejado que era el edificio.
Todavía no eran las nueve de la mañana cuando regresó a su departamento para una ducha rápida antes del trabajo, se cambió a un traje de vestir de lino blanco y tomó el ascensor hasta el garage del subsuelo. De todas las metálicas bellezas durmientes aguardando a sus dueños enfrentadas entre sí, la única reina sin oposición lo esperaba con una calma digna de su estándar real contra una columna de cemento reforzado que la protegía de los celosos ojos ajenos.
Un Audi A8 L cuyo interior de cinco metros era solo suyo para entrar y salir a gusto, se le acercó con cautela, como si fuera una cierva temerosa y le acarició el capó con afecto dejando una mancha de gel para el cabello que inmediatamente limpió con la manga de la camisa. Su rostro se reflejaba a la perfección en la pintura negra, el modelo anterior curvaba su naríz en un ángulo poco favorable para su estructura ósea, algo que a su contacto en la concesionaria le había provocado risa cuando compró este modelo pero él no encontraba la gracia.
La máquina apenas audible surcaba el asfalto de recoleta robándose las miradas de todos a su alrededor, el encanto se perdía con la cercanía al centro donde cada mirada era un potencial intento de robo o algún limpia vidrios andrajoso cuyas manos mugrientas pretendían saber el significado de la palabra "Limpieza" pidiendo limosna por hacer algo que su belleza podía hacer de manera autosuficiente. El vidrio polarizado lo hacía sentir seguro y en el estacionamiento de la bolsa de comercio descansaban otras preciosuras similares que le harían compañía hasta entrada la noche.
El trabajo en enero era tan aburrido como la jardinería o la gastronomía o cualquiera fuera la tarea servil con mayores horas y menor esfuerzo que existiera. Pasaba gran parte de su tiempo monitoreando bonos y acciones, revisando plazos de vencimiento y contratos que durante diciembre y otras fechas importantes no había tenido ni un segundo a disposición para mirar. El resto de los corredores en el piso dieciséis compartían su aburrimiento con la excepción de los jefes que siempre tenían algún pez gordo por cliente listo para hacer grandes movimientos en cortos plazos y por su propio bien, debían estar preparados para cual fueran sus demandas.
La hora de almuerzo consistió de una órden masiva de sushi por parte de toda la oficina, Rodriguez tragaba piezas de salmón como un pato que se ahogaba en tierra, ya se había manchado la camisa celeste dos veces con salsa de soja y de no haber tenido tanto hambre la escena le hubiera sacado el apetito por completo.
Apartó la mirada del plumífero panzón justo a tiempo para encontrarse cara a cara con Ángel que rodaba en su silla desde el escritorio en la otra punta hacia él.
- Terrazas del este. Diez de la noche. Vamos todos. Venís. -
- ¿Y si tengo planes? -
- Santiago es viernes, tenés cuarenta y estás soltero, no me jodas. Venís. -
- No me faltés el respeto pendejo - dijo entre risas - yo no me llevo a nadie borracho eh -
- Pero borracha seguro ¿no? -
- Eso es otra cosa -
Para las ocho de la noche apenas quedaban unas piezas de atún que nadie se había atrevido a tocar después de ver a Rodriguez chupándose los dedos y apartando todo lo que no fuera salmón de su paso.
Una segunda vuelta y una tercera ducha en su hogar fallaron en limpiar el cansancio de su cuerpo, mientras vaciaba los bolsillos de sus pantalones para pasar el contenido a su atuendo de noche dió con la pequeña bolsa blanca que Ángel le había proveído después del almuerzo. Se sentó a comer una porción de tarta al lado del complicado microondas que tenía más funciones de las que sabía utilizar antes de aspirar la mitad del contenido volcado en el mostrador de mármol como nieve de un invierno imposible.
Las pupilas negras se dilataron por un breve instante antes de ajustarse a la nueva euforia que lo invadió por completo. Faltaban unos largos minutos para las diez pero casi sin darse cuenta ya estaba a medio camino organizando una segunda tanda de líneas rectas en el tablero del auto.
La entrada del establecimiento estaba custodiada por dos estatuas hoscas de mirada penetrante acompañadas de un hombre que parecía el único del trío lo suficientemente instruído como para saber leer.
El interior estaba repleto de hombres de traje de dos piezas y mujeres con vestidos abiertos de motivos florales o colores simples. Supuso que los cavernícolas custodiando el ingreso no dejarían pasar a ningún hombre con pantalones cortos o ropa deportiva sin importar la estación y se sintió agradecido de que algunos lugares todavía conservaran cierto parámetro de admisión.
El rostro apacible de Ángel se movía ligeramente con el agitar de su brazo invitándolo a una pequeña mesa blanca en el centro del lugar, comprobó que el "todos" no incluía una porción considerable de la oficina cuando las únicas cuatro personas aparte de ellos dos lo recibieron con gritos eufóricos de triunfo y le ofrecieron un vaso de champagne.
La música ensordecedora pasaba sin ninguna escala de lo popular a lo electrónico dejando en el aire notas de charango y guitarra mezcladas con sintetizadores que sonaban como robots bajo tortura. La sed y el sudor empujaban los vasos uno tras otro a su garganta, el sabor ácido del champagne se perdía entre el dulce de las bebidas energéticas y el corazón daba tumbos en su pecho con tal fuerza que temió por los botones de su camisa.
Intentó ubicar el baño con la vista borrosa cuando la mujer más hermosa que había contemplado en toda su vida apareció frente a él apoyada contra el marco de la puerta que daba al arroyo maldonado.
Vestía la noche con todo su encanto sombrío adornado por un collar de estrellas brillantes. Sus pechos descubiertos asomaban como el alba amenazando con revelar bajo una luz omnipotente todos los secretos que hubiera preferido averiguar por si mismo.
Se levantó de inmediato sin decirle una palabra a sus compañeros que seguían ordenando botellas con una embriaguez que coqueteaba indecisa entre lo aceptable y lo patético.
Podía sentir la firmeza bajo su cintura dificultando su andar, ubicó un espacio donde ella no lo viera para acomodarse la ropa interior con un movimento rápido y prosiguió su marcha resuelta con la mirada clavada en la cabellera rojiza que caía como un río de lava sobre sus hombros con una calma que ni el más mínimo movimiento parecía perturbar.
Toda su persona exudaba algo místico, inexplicable, casi irreal pero absolutamente intoxicante y conforme salvaba la distancia entre ambos se volvía palpable. El aroma a gardenia con algún leve dejo de manzana le erizó la piel de los brazos y le hizo perder el equilibrio por un breve instánte. Supo con toda seguridad que en su lecho de muerte solo esa fragancia le traería paz y mientras fantaseaba con una vida en compañía de esa belleza inexorable le echó un segundo vistazo para asegurarse de no estar siendo engañado por el alcohol y el maquillaje.
- Un gusto belleza mi nombre es...-
- No me interesa, gracias. -
- ...Santiago. -
Hubo una pausa, la mujer intentó aprovecharla para salir por la puerta al patio exterior pero fue interceptada por un segundo intento de conversación.
- Manejo un auto que vale más de un millón de pesos y trabajo como broker en la bolsa de comercio. -
- y a mi no me interesa, gracias dije, permiso. - salió al patio despedida como una erupción volcánica en dirección a un viejo cuya cabellera parecía haberlo abandonado hacía décadas pero no había tenido la dignidad de cortarla por completo o siquiera intentado cubrirla con un peluquín. Tenía el aspecto de un mafioso italiano de película norteamericana con un pesado rolex de oro en la muñeca derecha y lomo ostentando una mata canosa a través de la camisa abierta como si el pelo hubiera decidido mudarse al piso de abajo.
La mujer lo rodeó con un brazo desde su espalda y lo besó en los labios con intensidad dirgiéndole una mirada fulminante a su atónita persona todavía congelado en el umbral.
Sin despedirse de su grupo cuyo estado se había decidido por el patetismo, arrojándose fragmentos de hielo los unos a los otros entre risas desenfrenadas salió a la noche mordiéndose los labios sin pausa hasta estacionar en el subsuelo.
Arrojó las llaves contra la pared a la par que se quitaba los zapatos dando pequeños saltos en un pié.
Encendió el aire y se quitó el resto de la ropa, no se preocupó en cerrar la puerta del cuarto ni bajar la persiana. Se subió de rodillas a la cama, sosteniendo su hombría con una mano firme, contemplaba de frente un cuadro enorme en la cabecera. En él, uno tigres se abalanzaban sobre la figura desnuda de una mujer apuntando un arma erecta que acariciaba su piel, los cabellos rubios que flotaban en el aire se tornaron de un rojo fuego, los pechos cayendo hacia los costados ya no estaban tapados por un vestido negro y las piernas firmes como las de sabrina se abrían para él, la voz sensual de la presentadora del noticiero le pedía a gritos que la hiciera suya mientras su mano alcanzaba lo inalcanzable acabando con el verano en un invierno artificial.