miércoles, 1 de junio de 2022

Atrás de la sonrisa

 ¿Cuántas preocupaciones hay atrás de tu sonrisa? ¿Cuántas veces te despertaste y respiraste profundo con una suerte de calma y felicidad de haberte despertado y saber que seguís vivo cuando te acostaste la noche anterior lleno de ansiedad y miedo a la muerte?
No es que te pase nada, no es que estés enfermo de nada, no es que haya una posibilidad enorme de morirte de repente, es solo miedo, ansiedad, angustia, que los años de terapia calman pero no resuelven por completo, es la condición humana, la mortalidad, el escuchar que fulano o mengana se murieron o simplemente recordar lo vulnerables que somos y lo inmortal que te sentís de lunes a viernes hasta que te pasa algo y sentís hasta los huesos lo frágil que sos en realidad.
Pero le ponés toda la onda porque por ahora, seguís acá y vas a trabajar, y planeas cosas y escuchás música y hablás con amigos y te calmás hasta la hora de dormir donde te ataca todo lo que no pensaste durante el día y se repite el ciclo una y otra vez siete veces por semana, treinta o treinta y un días por mes, trescientos sesenta y cinco o trescientos sesenta y seis veces por año.
Pero no se lo contás mucho a nadie porque suponés que a mucha gente no le pasa y a los que les pasa tampoco quieren hablar mucho del tema, vivimos todos un poco en negación de las cosas que no podemos evitar, las solemos empujar hasta que pasan y ahí vemos que hacemos. Te das cuenta que una pierna no para de subir y bajar a un ritmo psicótico y hacés el esfuerzo consciente de quedarte quieto pero en cuanto te distraés vuelve a empezar.
Y a veces te suena el teléfono y hay un mensaje de alguien que te quiere ver y vos también queres ir a ver a esa persona pero llega la hora de la juntada y la ansiedad social te pega como un camión de frente y te lleva puesto. Estás bañado, limpio, cambiado, preparado, sin excusas para no ir, pero no te podés mover. Pensar en salir, en ir a la parada del colectivo o a la esquina a buscar un taxi te congela. Te sentás en el borde de la cama combatiendo un sentimiento desagradable que te ahoga, te acostás para respirar mejor hecho una bolita y ves pasar la hora en el celular, hasta el momento en que ya deberías estar ahí, hasta que llegás cinco minutos tarde, hasta que ya pasó una hora y llega el mensaje que no querías ver, como si la otra persona se fuera a olvidar de que existís si no te movés "¿Venís?" y no contestás y no abrís el whatsapp, cerrás los ojos como si tus problemas y el mundo fueran a desaparecer y te quedás dormido. Te acabás de salvar, te diste la mejor excusa, sin ninguna gracia ni sonrisa en el rostro al otro día escribís "Me quedé dormido jaja" y safás una semana más hasta que te quieran ver de nuevo y te pruebes a vos mismo si podés salir o no.
Pero yo antes salía toda la semana y ese pensamiento me tortura ¿Era más jóven? ¿Me falta energía? ¿Estaré comiendo mal? ¿Durmiendo poco? Sabés que no. Antes no tenías que batallar todos estos conflictos porque estabas ebrio la mitad del tiempo. Porque antes de salir te clavabas la mitad de la botella de ron o fernet que compraste a principio de la semana "para tener" y te miraste al espejo después de la ducha convencido de que sobrio no vas a ir porque esa juntada es un embole o tiene gente con la que tenés muy poco interés de interactuar con. Pero ahora dejaste de tomar, ya no escapás a las sensaciones y los problemas adormeciéndolos con alcohol al sesenta y algo porciento. Ahora te toca lidiar con lo que te pasa sobrio, bueno no te toca, lo elegiste, porque no se puede vivir gritando para tapar el ruido de tus propias cadenas contra el piso.
Además te pasaron tantas cosas en dos años que perdiste por completo la capacidad de conectar con otro ser humano de manera sana y normal, estás tan disociado del resto que te cuesta simpatizar con los "problemas" que comparten cuando querés gritarles en la cara que no tienen la más pálida idea de lo que es un problema ni aunque les partiera el cráneo con una barra de acero inoxidable. Pero no tienen la culpa de lo que viviste y también entendés que para cada uno sus cruces son enormes y no hay manera de cuantificar ni juzgar quien la pasa mejor o peor, para otras personas que vivieron eventos peores el privilegiado sos vos y ese pensamiento es lo único que te calma, recordándote que sonrías y seas empático aunque no compartas su punto de vista. Podemos discernir y aún así ser agradables y quedarnos cerca. Podemos, pero por h o por b terminamos no yendo, no estando, no compartiendo y no mezclando lo nuestro con lo ajeno. Como si estuvieramos manchados y los demás estuvieran hechos de algodón blanco como la nieve y nuestra prescencia sola los contaminaría. Linda excusa, es por ellos y por nosotros, estamos cuidando al resto también. No quiero que paguen mis platos rotos, pero tampoco quiero pagar los suyos.
Tengo tantas cosas a futuro que me emocionan, que me motivan y son tan personales que me aislan de la misma forma que todas las cosas a las que les temo y me angustian. Estoy buscando un hogar y no hablo de una casa, no hablo de una familia, hablo de un lugar de pertenencia, donde pueda volver a conectar con personas que tengan intereses comunes conmigo, como cuando militaba, como cuando patinaba, como cuando viajaba, todos lugares que fui abandonando de a poco porque tenía que trabajar en mí, porque necesitaba enfrentar todos esos demonios y penas que me inhabilitaban hacer todo lo que quería y deseaba. Y de a poco voy rompiendo con todo eso, de a poco voy saliendo, enfrentando, confrontando, peleando por un pedacito de lugar en el mundo donde pueda sentir que pertenezco y que trabajé duro para conseguir. A veces extraño tanto que me duele el alma como si pudiera indicar con precisión quirúrgica dónde la tengo. Pero sigo el camino que elegí porque confío en él y en mi criterio. Necesitaba y necesito mejorarme para morar en donde me sienta cómodo, el mejor sillón del mundo es inusable si mis propios huesos me atraviesan los glúteos al sentarme. No hay comida saboreable si no tengo la capacidad de comer. Mi prioridad era ser mejor, estar mejor, antes que nada y antes que todo.
Pero me pasa un poco que los vínculos son como las plantas y si no les das suficiente atención se mueren y aunque a diferencia de las plantas con las personas uno si se puede comunicar y explicar y entender, yo entiendo que no tienen ninguna obligación de escucharme ni comprenderme ni tolerarme ni tenerme paciencia ni hacer ningún esfuerzo si nuestra relación requiere cuidados extra que no tienen tiempo ni ganas de realizar.
Y no culpo a nadie ni pienso ese retraso mental de "si alguien te quiere en su vida te busca" porque sé de primera mano que a veces querés a una persona con todo tu ser y no te salen las palabras de la boca, no encontrás la fuerza para avanzar un paso hacia ellos y los ves alejarse lentamente mientras te desgarrás la garganta gritando en silencio y llorando la pérdida inminente que no podés resolver ni combatir porque hay algo tan profundamente disfuncional en vos que no te deja moverte siquiera por lo que de verdad te importa. Y te autoflagelás llamándote cobarde o patético pensando si alguna vez podrás siquiera mandarles un mensaje explicándo lo mucho que todavía pensás en ellos y lo mucho que te hubiera gustado poder pedirles un segundo de su tiempo y comprensión para que no se alejaran, que jamás tuviste intenciones de distanciarte, que sabés que todo avanza pero a vos te cuesta y entendés que no todos esperan.
No se dan una idea lo solo que me siento a veces. No se dan una idea ni pretendo que se la den. Ya ni siquiera lloro. Siento que soy un peón en un tablero de ajedrez vacío que la vida se olvidó de guardar. Como si alguna vez hubiera sido parte de un juego que ahora solo vive en mi memoria. Y me queda recordar todas las piezas que ya no están mientras se enfrían sus casilleros y van perdiendo la forma sus lugares. Pero trato de avanzar para alcanzarlos, un paso a la vez, un cuadrado a la vez, algún día voy a llegar a transformarme en reina y sin límite de movimiento alcanzar todo lo que se me fue de las manos. O no, al menos eso es lo que espero, lo que ansío, lo que me motiva a seguir peleando contra todos estos sentimientos encontrados que me tiran de adentro para afuera.
No escribo estas palabras para dar pena, no escribo para que me entiendan, no escribo para nadie, escribo porque es lo único en mi vida que siempre tuvo sentido, es mi única forma de expresión válida, es mi única catársis posible aparte de terapia, es mi única salida de mi propia cabeza, es mi única forma de ponerme ahí afuera cuando el cuerpo no acompaña.
Y capaz un poco escribo con la esperanza de que si a alguien le pasa algo remotamente similar sepa que no está solo, como yo no dudo que no debo ser el único que atraviesa la vida con más incertidumbres que certezas. Espero que no me malinterpreten, que no piensen que "estoy mal" o que "necesito ayuda" porque francamente ni bien ni mal, estoy y tengo un soporte enorme, tengo una cantidad de herramientas a mi disposición totalmente privilegiadas pero con todo eso no puedo escapar de ser humano, vulnerable, dubitativo y de plantearme cómo enfrentar todo lo que me pasa tratando de afectar al mínimo posible y necesario de personas en mi entorno.
Espero que la vida, la pandemia y los problemas puedan hacernos un lugar en el futuro para reecontrarnos, para ponernos al día, para compartir todas esas comidas, bebidas y momentos que vivo pateando porque no puedo confrontar ahora. Espero. Atrás de la sonrisa que no se rinde.



“¿Para qué escribe uno si no es para juntar sus pedazos?”
- Eduardo Galeano

viernes, 14 de enero de 2022

Mala Gala

 Mala Gala

La alarma del celular vibraba con violencia desde la cómoda de madera al costado de la cama al ritmo de una canción de rock de los ochenta.
Era la quinta vez que sonaba esa mañana y con un fastidio infantíl decidió levantarse propinando insultos al sofocante aire del verano.
Optó por un baño de inmersión como excusa para recostarse unos minutos de más y encendió el televisor en el comedor para cortar el silencio insoportable que solo interrumpía el crujido de las tostadas en el interior de su boca.
La voz sensual de la presentadora del noticiero matutino llegó antes que la imágen, sentada en un escritorio tres veces el largo de su mesa informaba un corte de calles por alguna protesta que no logró retener su interés en lo absoluto a diferencia de la perfecta simetría de su rostro, la estilizada comisura de sus labios y sus ojos delineados como un gato egipcio digno de adoración divina.
Tragó el resto de su desayuno desnudo y se apresuró al vasto placard que ocupaba una pared entera de su habitación. Las paredes grisáceas se transformaron en sólidas placas de metal plateado brillante ante la luz del sol y el espejo de pie en el interior del placard reveló unas pocas migas descansando en sus genitales que la alfombra se tragó con gusto.
Posó para si mismo sintiendo la firmeza sus abdominales con las manos, imitó al David de Miguel Angel agradecido de que su escultor había sido más generoso con la distribución del mármol, se vistió con ropa deportiva y preparó un traje de vestir ligero a los pies de la cama de dos plazas para su regreso.
El asfalto infernal distorsionaba la vista a lo lejos como una hornalla de cocina que alguien había olvidado cerrar, en su largo trote hacia el gimnasio esquivó unos pocos transeúntes a pie en comparación a la inmensa cantidad de conductores encerrados como sardinas enlatadas en automóviles crujiendo bajo el peso del verano. Las bocinas furiosas se hacían audibles por encima de la música rugiendo en sus auriculares inalámbricos de última generación, pasó de trotar a correr para salir de lo insoportable que le parecían los rostros deformados por la ira y el clima que en su mayoría provenían de vehículos antiguos o de baja gama.
El aire acondicionado del gimnasio trajo consigo la misma calma que experimentan los marinos al pisar tierra firme luego de un extenso periodo en altamar. Sabrina le sonrió desde la recepción como una alumna modelo recibiendo a su profesor favorito, intentó devolverle la sonrisa sin fijar la mirada en el desagradable lunar en su mentón y retomó el aliento caminando lentamente hacia las bicicletas fijas en el fondo del largo túnel espejado que era el edificio.
Todavía no eran las nueve de la mañana cuando regresó a su departamento para una ducha rápida antes del trabajo, se cambió a un traje de vestir de lino blanco y tomó el ascensor hasta el garage del subsuelo. De todas las metálicas bellezas durmientes aguardando a sus dueños enfrentadas entre sí, la única reina sin oposición lo esperaba con una calma digna de su estándar real contra una columna de cemento reforzado que la protegía de los celosos ojos ajenos.
Un Audi A8 L cuyo interior de cinco metros era solo suyo para entrar y salir a gusto, se le acercó con cautela, como si fuera una cierva temerosa y le acarició el capó con afecto dejando una mancha de gel para el cabello que inmediatamente limpió con la manga de la camisa. Su rostro se reflejaba a la perfección en la pintura negra, el modelo anterior curvaba su naríz en un ángulo poco favorable para su estructura ósea, algo que a su contacto en la concesionaria le había provocado risa cuando compró este modelo pero él no encontraba la gracia.
La máquina apenas audible surcaba el asfalto de recoleta robándose las miradas de todos a su alrededor, el encanto se perdía con la cercanía al centro donde cada mirada era un potencial intento de robo o algún limpia vidrios andrajoso cuyas manos mugrientas pretendían saber el significado de la palabra "Limpieza" pidiendo limosna por hacer algo que su belleza podía hacer de manera autosuficiente. El vidrio polarizado lo hacía sentir seguro y en el estacionamiento de la bolsa de comercio descansaban otras preciosuras similares que le harían compañía hasta entrada la noche.
El trabajo en enero era tan aburrido como la jardinería o la gastronomía o cualquiera fuera la tarea servil con mayores horas y menor esfuerzo que existiera. Pasaba gran parte de su tiempo monitoreando bonos y acciones, revisando plazos de vencimiento y contratos que durante diciembre y otras fechas importantes no había tenido ni un segundo a disposición para mirar. El resto de los corredores en el piso dieciséis compartían su aburrimiento con la excepción de los jefes que siempre tenían algún pez gordo por cliente listo para hacer grandes movimientos en cortos plazos y por su propio bien, debían estar preparados para cual fueran sus demandas.
La hora de almuerzo consistió de una órden masiva de sushi por parte de toda la oficina, Rodriguez tragaba piezas de salmón como un pato que se ahogaba en tierra, ya se había manchado la camisa celeste dos veces con salsa de soja y de no haber tenido tanto hambre la escena le hubiera sacado el apetito por completo.
Apartó la mirada del plumífero panzón justo a tiempo para encontrarse cara a cara con Ángel que rodaba en su silla desde el escritorio en la otra punta hacia él.
- Terrazas del este. Diez de la noche. Vamos todos. Venís. -
- ¿Y si tengo planes? -
- Santiago es viernes, tenés cuarenta y estás soltero, no me jodas. Venís. -
- No me faltés el respeto pendejo - dijo entre risas - yo no me llevo a nadie borracho eh -
- Pero borracha seguro ¿no? -
- Eso es otra cosa -
Para las ocho de la noche apenas quedaban unas piezas de atún que nadie se había atrevido a tocar después de ver a Rodriguez chupándose los dedos y apartando todo lo que no fuera salmón de su paso.
Una segunda vuelta y una tercera ducha en su hogar fallaron en limpiar el cansancio de su cuerpo, mientras vaciaba los bolsillos de sus pantalones para pasar el contenido a su atuendo de noche dió con la pequeña bolsa blanca que Ángel le había proveído después del almuerzo. Se sentó a comer una porción de tarta al lado del complicado microondas que tenía más funciones de las que sabía utilizar antes de aspirar la mitad del contenido volcado en el mostrador de mármol como nieve de un invierno imposible.
Las pupilas negras se dilataron por un breve instante antes de ajustarse a la nueva euforia que lo invadió por completo. Faltaban unos largos minutos para las diez pero casi sin darse cuenta ya estaba a medio camino organizando una segunda tanda de líneas rectas en el tablero del auto.
La entrada del establecimiento estaba custodiada por dos estatuas hoscas de mirada penetrante acompañadas de un hombre que parecía el único del trío lo suficientemente instruído como para saber leer.
El interior estaba repleto de hombres de traje de dos piezas y mujeres con vestidos abiertos de motivos florales o colores simples. Supuso que los cavernícolas custodiando el ingreso no dejarían pasar a ningún hombre con pantalones cortos o ropa deportiva sin importar la estación y se sintió agradecido de que algunos lugares todavía conservaran cierto parámetro de admisión.
El rostro apacible de Ángel se movía ligeramente con el agitar de su brazo invitándolo a una pequeña mesa blanca en el centro del lugar, comprobó que el "todos" no incluía una porción considerable de la oficina cuando las únicas cuatro personas aparte de ellos dos lo recibieron con gritos eufóricos de triunfo y le ofrecieron un vaso de champagne.
La música ensordecedora pasaba sin ninguna escala de lo popular a lo electrónico dejando en el aire notas de charango y guitarra mezcladas con sintetizadores que sonaban como robots bajo tortura. La sed y el sudor empujaban los vasos uno tras otro a su garganta, el sabor ácido del champagne se perdía entre el dulce de las bebidas energéticas y el corazón daba tumbos en su pecho con tal fuerza que temió por los botones de su camisa.
Intentó ubicar el baño con la vista borrosa cuando la mujer más hermosa que había contemplado en toda su vida apareció frente a él apoyada contra el marco de la puerta que daba al arroyo maldonado.
Vestía la noche con todo su encanto sombrío adornado por un collar de estrellas brillantes. Sus pechos descubiertos asomaban como el alba amenazando con revelar bajo una luz omnipotente todos los secretos que hubiera preferido averiguar por si mismo.
Se levantó de inmediato sin decirle una palabra a sus compañeros que seguían ordenando botellas con una embriaguez que coqueteaba indecisa entre lo aceptable y lo patético.
Podía sentir la firmeza bajo su cintura dificultando su andar, ubicó un espacio donde ella no lo viera para acomodarse la ropa interior con un movimento rápido y prosiguió su marcha resuelta con la mirada clavada en la cabellera rojiza que caía como un río de lava sobre sus hombros con una calma que ni el más mínimo movimiento parecía perturbar.
Toda su persona exudaba algo místico, inexplicable, casi irreal pero absolutamente intoxicante y conforme salvaba la distancia entre ambos se volvía palpable. El aroma a gardenia con algún leve dejo de manzana le erizó la piel de los brazos y le hizo perder el equilibrio por un breve instánte. Supo con toda seguridad que en su lecho de muerte solo esa fragancia le traería paz y mientras fantaseaba con una vida en compañía de esa belleza inexorable le echó un segundo vistazo para asegurarse de no estar siendo engañado por el alcohol y el maquillaje.
- Un gusto belleza mi nombre es...-
- No me interesa, gracias. -
- ...Santiago. -
Hubo una pausa, la mujer intentó aprovecharla para salir por la puerta al patio exterior pero fue interceptada por un segundo intento de conversación.
- Manejo un auto que vale más de un millón de pesos y trabajo como broker en la bolsa de comercio. -
- y a mi no me interesa, gracias dije, permiso. - salió al patio despedida como una erupción volcánica en dirección a un viejo cuya cabellera parecía haberlo abandonado hacía décadas pero no había tenido la dignidad de cortarla por completo o siquiera intentado cubrirla con un peluquín. Tenía el aspecto de un mafioso italiano de película norteamericana con un pesado rolex de oro en la muñeca derecha y lomo ostentando una mata canosa a través de la camisa abierta como si el pelo hubiera decidido mudarse al piso de abajo.
La mujer lo rodeó con un brazo desde su espalda y lo besó en los labios con intensidad dirgiéndole una mirada fulminante a su atónita persona todavía congelado en el umbral.
Sin despedirse de su grupo cuyo estado se había decidido por el patetismo, arrojándose fragmentos de hielo los unos a los otros entre risas desenfrenadas salió a la noche mordiéndose los labios sin pausa hasta estacionar en el subsuelo.
Arrojó las llaves contra la pared a la par que se quitaba los zapatos dando pequeños saltos en un pié.
Encendió el aire y se quitó el resto de la ropa, no se preocupó en cerrar la puerta del cuarto ni bajar la persiana. Se subió de rodillas a la cama, sosteniendo su hombría con una mano firme, contemplaba de frente un cuadro enorme en la cabecera. En él, uno tigres se abalanzaban sobre la figura desnuda de una mujer apuntando un arma erecta que acariciaba su piel, los cabellos rubios que flotaban en el aire se tornaron de un rojo fuego, los pechos cayendo hacia los costados ya no estaban tapados por un vestido negro y las piernas firmes como las de sabrina se abrían para él, la voz sensual de la presentadora del noticiero le pedía a gritos que la hiciera suya mientras su mano alcanzaba lo inalcanzable acabando con el verano en un invierno artificial.