viernes, 15 de enero de 2016

Familia

Siempre quise una familia. No porque no la tuviera, no porque mi familia fuera horrible o la sufriera de ninguna forma en particular más de la que todos sufrimos a nuestras familias con esa cuota de amor infaltable, no sé si había una razón que predominara, era un deseo que se encontraba en mi interior desde que tengo memoria.
No me gustaba estar solo, ni sentirme solo y mi familia me hacía sentir vivo, feliz y motivado.
Madre, padre, hermanas, tíos, abuelos, primos y todas esas reuniones familiares rodeado de mucha gente siempre en una casa distinta donde aparecía un primo lejano o nacía un nuevo integrante y ese aprecio por los lazos que me inculcaron toda la vida fomentaba el amor por aquellos que me rodeaban.
Conforme fui creciendo las cosas cambiaron de color, se volvieron más nítidas y aparecieron esas distancias insalvables por actitudes o formas de pensar completamente opuestas.
En cuánto fui lo suficientemente mayor como para librarme de la obligación de figurar en reuniones, cumpleaños o cualquier tipo de ocasión que me acercara a ese lejano concepto de “familia”, dejé de asistir.
Me borré por completo bajo la excusa de que yo era un niño y si querían verme podían venir a buscarme o expresamente pedirme que fuera.
Pero nunca vinieron y si alguna vez me reclamaron quizás mis oídos no estaban prestando la suficiente atención, creé alrededor mío una cortina impenetrable de humo bajo la consigna: “No me importa nada, soy frío, no los quiero, no los necesito y pase lo que pase nadie me comprende, soy un outsider, un forastero incomprendido que vive bien con su soledad.”
Así me alejé del mundo por años, convencido de que no tenía sentimientos, que solo la soledad era mi compañera y la única que algún día me reclamaría con gusto sería la muerte a pesar de mi desesperación por evitarla a toda costa.
Había un grito ahogado en mi interior pidiendo rescate: “Quiero vivir ¡Sálvenme!” que jamás llegó a ningún oído y si lo hizo lo ignoro.
Crecer es obligatorio, madurar es opcional y paulatinamente mi entorno fue cambiando, se volvió más difícil sostener la fantasía de la frialdad desapegada emocionalmente cuando solo se veía una empatía excesivamente preocupada.
Se puede mentir al mundo, pero no se puede mentir a uno mismo, finalmente hace muy poco tuve que aceptar que las cosas me importan demasiado, las siento demasiado y por mucho que pretenda no involucrarme, todo eso de lo que me alejo termina por encontrarme.
Tras largos años de terapia entiendo que cuando uno ve las cosas no hay vuelta atrás, no se puede volver a cometer “ciertos” errores porque uno los comete ignorando, cuando puede ver lo garrafalmente equivocado que se encontraba se vuelve imposible recaer.
Generar, cultivar y valorar lazos con otras personas es parte de mi ser de la misma forma que lo es el sentimiento de pertenencia a una familia y si bien aprendí que la de sangre es la que toca pero la verdadera es aquella que uno se va construyendo con los años es casi imposible no caer en la memoria y preguntarse si todavía se pueden salvar esas distancias que uno impuso.
Hoy comprendo que mis amistades están basadas en mi concepto de “familia”. Porque familia no es aquella que nos toca, familia no es un conjunto de roles inmóviles que si fallan nos dejan incompletos como persona.
Es cierto que no tuve al padre que me hubiera gustado tener, es cierto que no fue un padre responsable y mucho menos ejemplar y a pesar de que no se puede negar su paternidad puedo decir que aprendí muy pocas cosas de él.
Pero parte de lo que me formó como persona fue tenerlo de referencia negativa, estaba seguro de que no quería ser como él bajo ningún concepto y de alguna manera quizás me enseñó como “no” ser, sin que sea esa su intención.
A su vez, teniendo una madre ejemplar, hasta el día de la fecha hay muchas cosas que no comparto con ella y que no desearía compartir jamás porque tenemos visiones muy dispares de la vida así como compartimos muchas otras cosas.
No son la familia que elegí, no son más que un eslabón en la infinita cadena de la causalidad de la que todos formamos parte, incluso aquellos que elegí en mi vida para desarrollar una amistad son solo los que estaban en mi camino.
Mi concepto de familia no impone incondicionalidad, no propone protocolos, no conoce reglas ni entiende de tiempos o distancias, contiene un solo requisito y es que todo lo que se comparta se comparta por afecto y con respeto.
No obligo a nadie a verme, no demando un lugar en sus vidas, no reclamo aquello que di con amor cuando me veo traicionado, soy como el agua, si me dan un lugar me acomodo y por más que sea un segundo será pleno e íntimo, sin falsedades, porque no puedo ser nadie más que yo, me vean como me vean.
“Familia” para mi es a quien puedo darle todo lo posible pura y sinceramente por afecto, sin esperar nada a cambio, sin siquiera mencionarlo, sin ego, enteramente por lo feliz que me vuelve que sean parte de mi vida y sentir de alguna forma que soy parte de las suyas.
Siempre quise una familia y me duele en el alma la historia familiar que me ha tocado vivir pero supe construirme en éstos cortos veintitantos años una familia enorme que crece todos los días y lo hice a prueba y error, no soy ningún santo, he lastimado gente como me han lastimado a mí y quizás peor, sin embargo no pretendo esconderme bajo ninguna cortina nunca más, seré siempre responsable de mis actos y estaré siempre abierto a enmendar todo lo posible, a salvar todas las distancias y curar todas las heridas.
En cada escuela, en cada trabajo, en cada organización donde milité, en todas partes busqué ese sentido de pertenencia que calmaba mis temores e hice sacrificios para seguir perteneciendo incluso cuando ciertas situaciones superaban mis niveles de tolerancia o violentaban mis principios y quizás fue un error “usar” esos lugares para satisfacer una necesidad emocional mal direccionada, pero también fue necesario para reconocerlo y aprender. Tuve que dejar “círculos” y “lugares de pertenencia” una y otra vez afrontando nuevas pérdidas, reviviendo viejas heridas, para lograr ver que mi única necesidad era reconciliar el concepto de familia y entender que no hay forma de volver en el tiempo llevando todo mi saber actual a un pasado que no cambia porque quien debe cambiar es mi futuro.
Mi historia no dejará de ser la misma, la olvide o la recuerde a diario y si ha de serme útil que lo sea como piedra fundamental de una vida sin arrepentimientos.
Por mucho que me pese mi abuelo falleció sin haber compartido mi adolescencia ni mi adultez, sin saber que fue bisabuelo ni compartir una cerveza conmigo, mi padre ha de morir en las mismas condiciones, ignorando si sus hijos viven o yacen enterrados en alguna parte y no tengo afecto por ninguno de los dos, mas una suerte de empatía y lástima mezclada con melancolía y tristeza.
Si no puedo sentir afecto, si no puedo brindarme a ellos sin pensarlo, si no me sale ni como idea entonces no puedo decir que son familia. A veces, cuando conozco a alguien, incluso al poco tiempo de conocerlo, le brindo mi tiempo, mis oídos, mis hombros, mis consejos y así sé que valen la pena, porque cuando no deseo ni escucharlos por mas deplorable condición en la que los encuentre, sé que no podría jamás considerarlos parte de mi vida ni sentirme parte de la suya, cuando dicen que yo soy importante para ellos solo deseo dejar de serlo y conservar la sana distancia que me pide el instinto.
Es una extraña sensación darse cuenta de que aquello que más me torturaba (mi historia familiar) y aquello que más deseaba (una familia sana) han sido los pilares que sostuvieron mi vida hasta ahora. Creo que TODO lo que hice lo hice girando en torno a poder conciliar lo sucedido y construir algo positivo con los pequeños avances.

Estoy por desmayarme del sueño, pero empecé a escribir con un dolor de cabeza que me partía al medio y escribo estas lineas en completa paz, sin un asomo de molestia.
Llevo meses con todo esto atragantado y necesitaba descargarlo, necesitaba exponerlo, necesitaré leerlo en unos meses o años pero por ahora me siento desbloqueado, no sabía como escribirlo, no sabía como decirlo y sinceramente no podía escribir sobre otra cosa, no pude durante semanas escribir sobre nada más, todo se borraba, todo se nublaba, todo me parecía demasiado poco... ajeno.
Tendré que seguir profundizando en el asunto pero con mucho menos peso sobre mis hombros.
Gracias por existir.

Adieu!


M.C.